En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?”. Él les respondió: “¿No han leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne?’. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
Ellos insistieron: “¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?”. Él les contestó: “Por lo tercos que son les permitió Moisés divorciarse de sus mujeres; pero, al principio, no era así. Ahora les digo yo que, si uno se divorcia de su mujer –no hablo de impureza– y se casa con otra, comete adulterio”. Los discípulos le replicaron: “Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse”. Pero Él les dijo: “No todos pueden con eso, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el Reino de los Cielos. El que pueda con esto, que lo haga”.
Palabra del Señor.
Reflexión
Hoy, el Evangelio nos presenta a unos fariseos que se acercan a Jesús para hacerle una pregunta con ánimo de tentarle: “¿es lícito repudiar a su mujer por cualquier motivo?” Y esto era como una cuestión que dividía a las diferentes escuelas de interpretación de la Escritura, y el divorcio era comúnmente admitido. Aquí, la cuestión que plantea Jesús se refiere a la casuística sobre los motivos; pero el Señor se sirve de esta pregunta vana para entrar en el problema de fondo: la indisolubilidad. Cristo Señor, restaura el matrimonio a su esencia y dignidad, tal como fue concebido por Dios.
Por eso, el señor dice: “¿no habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra? Y que dijo: por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Así pues, ya no son dos sino una sola carne. Por tanto...” -termina diciendo el Señor- “...lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Así que, el Señor proclamó para siempre la unidad y la indisolubilidad del matrimonio, por encima de cualquier consideración humana. Hay muchas razones en favor de la indisolubilidad del vínculo matrimonial: la misma naturaleza del amor conyugal, el bien de los hijos, el bien de la sociedad; pero la raíz honda de la indisolubilidad matrimonial está en la misma voluntad del Creador, que así lo hizo: uno e indisoluble.
Y esto es fuerte, esto es un vínculo que se contrae, que sólo la muerte puede romperlo. San Francisco de Sales decía una frase muy bonita: “cuando se pegan dos trozos de madera de abeto formando ensambladura, si la cola es fina, la unión llega a ser tan sólida, que las piezas se romperán por otra parte, pero nunca por el sitio de la juntura”; y así es el matrimonio. Hoy, es muy sencillo, en este día, tener la posibilidad a través de nuestra oración por nuestras familias, especialmente por los miembros más débiles a los que pueden sufrir más daño.
Hoy, tendríamos que tener un gesto precioso desde lo más profundo de nosotros: servicio, amabilidad, compresión; el optimismo, la alegría, que superan los momentos de esta ola de desánimo. Señor, bendice a la familia. María, auxilio de los cristianos, ruega por nosotros. La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti y te acompañe siempre. Un abrazo, feliz día.